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Essay / Expressions

La imposibilidad —y la necesidad— de contar las lenguas del mundo

Un científico del lenguaje se adentra en los esfuerzos históricos y actuales por catalogar los más de 7.000 idiomas del planeta, descubriendo historias pintorescas y retos hercúleos.
Dos mujeres crean colorido arte con tiza en la calle para celebrar el Día Internacional de la Lengua Materna, con intrincados diseños y escritura bengalí alrededor de un motivo circular central.

Como preparación para la celebración del Día Internacional de la Lengua Materna, en febrero de 2024, una madre y su hija escriben en bengalí en una calle de Calcuta, India.

Debarchan Chatterjee/NurPhoto/Getty Images

COMO CIENTÍFICO  que lleva década y media investigando la diversidad lingüística, hace poco me incorporé a un equipo para trabajar en una tarea que incluso algunos lingüistas consideran “en última instancia inalcanzable”: ayudar a catalogar y contar las complejas y siempre cambiantes lenguas del mundo. Formo parte de un equipo internacional de expertos reunidos por la UNESCO para crear un Atlas Mundial de las Lenguas. Se espera que este catálogo genere estimaciones actualizadas del número de idiomas activos e información sobre cómo estos idiomas están siendo utilizados. Normalmente, cuando presento una investigación, uno de mis trucos es empezar con una estimación aproximada del número de lenguas naturales que se utilizan hoy en día: entre 7.000 y 8.000. Lo que quiero decir es que hay muchas lenguas y, por tanto, una increíble diversidad de formas de pensar, razonar y sentir. Pero fijar un número más preciso abre la puerta a todo tipo de problemas.

Por ejemplo, en la República Centroafricana se hablan unas 70 lenguas. Los hablantes de muchas de estas lenguas viven en lo más profundo de selvas tropicales sin caminos, en aldeas de muy difícil acceso para los representantes del gobierno y otros investigadores. Es difícil imaginar la cantidad de recursos que se necesitarían para obtener una imagen lingüística precisa solo de este país.

Por supuesto, nuestro proyecto dista mucho de ser el primero en intentar categorizar y cuantificar las lenguas. Muchos grupos y personas lo han hecho en el pasado y siguen haciéndolo.

Mi tarea me llevó a comprender la historia y el oficio de contar lenguas. Aunque esperaba leer una aburrida secuencia de estimaciones, me encontré con una fascinante historia en la que intervienen misioneros cristianos, idealistas de la posguerra, un agente del opio colonialista y muchos otros personajes. También he apreciado aún más la tarea potencialmente imposible de contar lenguas.

¿POR QUÉ CONTAR LAS LENGUAS?

Cada año, aproximadamente tres lenguas dejan de tener usuarios activos. Esto tiene consecuencias negativas para las comunidades, como la pérdida de conocimientos culturales únicos. Como dijo el lingüista Kenneth Hale, perder un idioma es “como lanzar una bomba sobre el Louvre”.

Los investigadores, las instituciones y los gobiernos necesitan documentar el número de lenguas para elaborar y evaluar políticas encaminadas a aumentar la vitalidad de las lenguas en declive. También necesitan traducir la información para garantizar que el mayor número posible de personas pueda acceder a diversos recursos. Por lo tanto, necesitan una imagen precisa del número y la ubicación de las lenguas en una región.

La etnógrafa y activista Cristina Calderón falleció en 2022. Ella era la última hablante nativa conocida de yagán, una lengua que se hablaba en Tierra de Fuego, Chile.

TeleSUR English

Además, los científicos utilizan las estadísticas lingüísticas para comprender por qué las lenguas y las culturas se distribuyen de la manera en que lo hacen por todo el planeta. Sus descubrimientos han revelado una serie de paralelismos intrigantes entre la diversidad biológica y la cultural. Por ejemplo, las lenguas parecen seguir la regla de Rapoport, que en ecología afirma que el área de distribución geográfica de plantas y animales aumenta cuanto más nos alejamos del ecuador. Del mismo modo, cuanto más lejos del ecuador se encuentre una lengua, mayor será el área de distribución espacial de sus usuarios.

El estudio de la diversidad lingüística también permite comprender cómo influyen las lenguas en la cognición. Por extensión, esta investigación muestra cómo la comprensión más amplia de campos como la ciencia, la medicina y la tecnología está limitada y sesgada debido al monopolio casi exclusivo de unos pocos idiomas que dominan estos ámbitos.

LOS RETOS DE CONTAR LENGUAS

Para definir un sistema de comunicación como un idioma distinto —por oposición a un dialecto o variedad de una lengua— debe ser suficientemente ininteligible de otras lenguas. A veces, las fronteras entre las lenguas son claras; otras, más difusas.

Por ejemplo, hay diferencias en el acento, el vocabulario y la gramática del inglés hablado en Chicago, Belice, Glasgow, Bombay, Nairobi y Ciudad del Cabo. Sin embargo, suelen considerarse variedades del inglés porque, presumiblemente, sus hablantes pueden entenderse entre sí. Pero hay que tener cuidado. Hay ocasiones en que dos hablantes nativos de inglés de distintos países tienen dificultades para entenderse.

Una regla muy extendida es que, si los hablantes de dos sistemas de comunicación diferentes pueden entender el 70 por ciento o más de lo que dice el otro, están hablando dos variedades de una lengua y no dos lenguas distintas. Pero incluso esto se complica.

Tomemos, por ejemplo, la Copa Mundial Masculina de la FIFA México 1986, en la que se marcó el gol más asombroso de la historia del fútbol. Algunas cadenas de televisión brasileñas doblaron los partidos al portugués. Otros dejaron las entrevistas con los jugadores y los comunicados oficiales en su español original.

En una dinámica toma de acción, un jugador de fútbol con camiseta azul intenta marcar mientras un defensa vestido de blanco se desliza para blocarle y el portero extiende la mano. En el fondo, el estadio está lleno de espectadores, lo que ilustra un momento intenso del partido.

Diego Maradona, de Argentina, marca un gol durante el partido de cuartos de final de la Copa Mundial de la FIFA 1986 entre Argentina e Inglaterra en Ciudad de México.

Archivo El Grafico/Getty Images

Investigadores han calculado que los hablantes brasileños de portugués comprenden alrededor del 60 por ciento del español. Pero esa cifra se basaba en la comprensión por parte de estudiantes universitarios de textos que abarcaban un escaso número de géneros literarios y variedades del español. Es fácil imaginar escenarios en los que ese porcentaje caería casi a cero: por ejemplo, si un hablante de portugués no especializado escuchara a alguien leer un artículo sobre la teoría de cuerdas en español.

Por el contrario, la comunicación en los deportes tiende a ser estereotipada (“jugamos un buen partido”, “el otro equipo fue difícil de vencer”) y se apoya en señales visuales que transmiten significado. Cabe suponer, por tanto, que muchos brasileños que vieron el Mundial de 1986 en español entendieron más del 70 por ciento de la transmisión. Este ejemplo ilustra las complicaciones de utilizar una sola cifra para calcular la inteligibilidad.

La política también entra en juego cuando se pide a comunidades o países que codifiquen las lenguas. Con suficiente voluntad política, dos lenguas muy inteligibles entre sí pueden tratarse como entidades separadas más allá de las fronteras nacionales y estatales. Ejemplos de libro de texto son el indonesio y el malayo estándar, el dari y el persa, y el bosnio-croata-montenegrino-serbio, que perdió sus guiones tras la guerra de los Balcanes en los años noventa, dando lugar a entre dos y cuatro lenguas, según a quién se pregunte.

Por el contrario, algunas formas de chino hablado, como el mandarín y el yue, no son mutuamente inteligibles. Pero a menudo se consideran variantes o dialectos del chino más que lenguas diferentes, debido al sentimiento relativamente fuerte de identidad etnolingüística de China, su herencia cultural común y su sistema de escritura ampliamente comprendido.

En un primer plano de un muro de piedra con grandes caracteres chinos dorados, una mujer se acerca para tocar la inscripción mientras otros miran.

Un visitante toca los caracteres chinos tallados en el templo de Lingyin, en Hangzhou, China.

Preguntar a las personas sobre las distinciones lingüísticas también es delicado debido a las diferentes nociones de lo que cuenta como lengua, quién debe hablar qué lengua y otras consideraciones éticas. Hay muchos casos registrados de personas que niegan conocer un idioma y luego la hablan con fluidez ante la mirada perpleja de un lingüista.

También ocurre lo contrario. En la Polinesia Francesa, Pierrot Faraire está considerado la principal autoridad viva en lengua rapa, desplazada por el tahitiano y el francés. Pero los testimonios de los ancianos y las pruebas documentales sugieren que su rapa es en su mayor parte un invento nuevo.

Estas son solo descripciones superficiales de algunos de los problemas que plantea el recuento de lenguas. Pero el mensaje es claro: delimitar las lenguas no es un mero ejercicio científico o técnico, y hay un amplio margen para la opinión y la parcialidad. Por tanto, pretender saber con precisión cuántos idiomas existen puede considerarse un acto de extraordinaria erudición, o una locura. O ambas cosas. Pero eso no ha impedido que varias personas lo intenten.

CONTAR LENGUAS PARA COLONIALISTAS Y EMPRESAS RELOJERAS

Dejando a un lado un puñado de primeros intentos documentados de describir las lenguas conocidas del mundo, las primeras iniciativas de recuento y cartografía de lenguas, que exigieron muchos recursos, se encargaron a finales del siglo XIX y principios del XX con el propósito explícito de la administración colonial.

Un retrato en blanco y negro muestra a un hombre vestido formalmente, con barba y gafas, que lee pensativo un libro.

Sir George Abraham Grierson propuso crear un estudio formal de las lenguas de la India en 1886.

Galería Nacional de Retratos/Wikimedia Commons

Quizá el ejemplo más conocido sea la Encuesta Lingüística de la India, en la que participó una colosal red de funcionarios gubernamentales de todo el país. El principal cerebro del estudio, Sir George Abraham Grierson, era uno de los agentes del opio del Imperio Británico en la India. (También era lingüista, aunque este es un dato mucho menos sorprendente sobre él). Él esperaba que la obra durase tres años. En realidad, tardó cerca de 30, y no estuvo exenta de deficiencias.

El primer esfuerzo a gran escala para convencionalizar los nombres de los idiomas en todo el mundo data de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial. En 1947 se fundó la Organización Internacional de Normalización con la intención de elaborar normas aplicables en todo el mundo en ingeniería, medición y otros campos. Esto se hizo especialmente apremiante en medio de la inminente americanización y los esfuerzos por regenerar el comercio internacional. La naturaleza democrática e igualitaria de esta organización quedó plasmada en su nombre abreviado: ISO. Aunque pueda parecer un acrónimo del nombre de la institución en inglés (International Organization of Standardization), en realidad combina las primeras letras de la institución y a la vez recuerda la palabra griega para “igual”, isos.

En 1967, la organización completó la ISO 639. Su objetivo era agilizar la comunicación entre expertos internacionales en ciencia y tecnología. Por eso, no le preocupaba tanto celebrar la diversidad lingüística del planeta como crear etiquetas convenientes de una o dos letras para las lenguas (como E para el inglés, F para el francés y Zu para el zulú) que pudieran utilizarse, por ejemplo, en los documentos de las conferencias. La ISO 639 ofrece la siguiente situación hipotética para explicar por qué podrían ser útiles sus etiquetas lingüísticas:

Una conocida fábrica de relojes adjunta a su catálogo en cinco idiomas una introducción en una sola de las cinco lenguas, según la petición del destinatario. Estas introducciones intercambiables se mantienen unidas por cintas que solo están marcadas por una de las cinco letras E, F, D, I o S.

Elegir una “conocida fábrica de relojes” como ejemplo principal resulta mucho menos desconcertante si se tiene en cuenta que estas reuniones de la ISO se celebraron en Ginebra, Suiza.

La ISO creó etiquetas para 183 idiomas. Quizá las más llamativas sean las lenguas construidas esperanto, volapük, interlingua e ido. Por aquel entonces —cuando aún no se había olvidado la enorme pérdida de vidas humanas que supuso la Segunda Guerra Mundial—, la idea de que los seres humanos necesitaban establecer una lengua común tenía más sentido que hoy, cuando el inglés se ha abierto camino (a veces literalmente) hasta la cima como lengua franca mundial.

Dos soldados sentados ante un refugio con las palabras "HEIM = ESPERANTO" escritas sobre la puerta.

En 1916, durante la Primera Guerra Mundial, los soldados austriacos de Galicia, España, se sentaron bajo un cartel que destacaba la camaradería y la unidad que prometía el esperanto, una lengua construida para ser una forma de comunicación internacional.

Bildarchiv Austria/Wikimedia Commons

En 2007, la norma ISO 639-3 documentó más de 7.500 lenguas, incluidas lenguas antiguas y lenguas sin usuarios actuales. Para compilar este catálogo, ISO unió fuerzas con un esfuerzo independiente por nombrar y contar los idiomas del mundo: Ethnologue, que tiene su propia historia peculiar.

DIFUNDIR EL EVANGELIO EN TODOS LOS IDIOMAS

La historia de Ethnologue comienza con un misionero: William Cameron Townsend.

En 1918, Townsend estaba difundiendo el evangelio en el altiplano guatemalteco. La institución a la que servía había trazado un plan en español. Pero los pueblos indígenas de la región hablaban muchas otras lenguas. Townsend se encariñó con los kaqchikeles, aprendió su lengua y, al cabo de 14 años, terminó la primera traducción de El Nuevo Testamento al kaqchikel.

Durante el proceso, fundó el Campamento Wycliffe, que lleva el nombre de uno de los primeros traductores de la Biblia al inglés. El campamento ofrecía a los jóvenes misioneros un curso intensivo de documentación lingüística. Poco después, Townsend abandonó la mayoría de los símbolos religiosos y el bagaje histórico, reorientando los esfuerzos de la organización hacia causas científicas y humanitarias.

Esta estrategia permitió a Townsend, y a quienes siguieron sus pasos, acceder a lugares y lenguas que habrían sido impenetrables para los misioneros cristianos tradicionales. Como parte de este empeño, rebautizó el Campamento Wycliffe como Summer Institute of Linguistics (Instituto Lingüístico de Verano) un nombre desprovisto de connotaciones cristianas. Ahora conocido como SIL International, esta institución dirige Ethnologue.

Un hombre con un collar de azahar utiliza un cuchillo para abrir una caja sostenida por personas en postes de madera mientras varias personas observan.

Un pastor abre una caja de Biblias del SIL traducidas al lenguaje whitesands, que se habla en la isla de Tanna, en Vanuatu.

Kahunapule Michael Johnson/CC BY-NC-SA 2.0/Flickr

A lo largo de las dos últimas décadas, Ethnologue ha sido la principal referencia de facto para nombrar y contar las lenguas, determinar el número de hablantes de cada lengua y (polémicamente) evaluar el estado de vitalidad de las lenguas. Y no tienen reparos en decirlo. En su 25ª versión en línea, Ethnologue afirma ser “el recurso más autorizado sobre las lenguas del mundo, en el que confían por igual académicos y empresas de Fortune 500”. No pretendo tener ninguna idea sobre estrategias publicitarias, pero supongo que es convincente saber que se aprovecha el mismo acervo de conocimientos lingüísticos que John Deere y Foot Locker.

Los lingüistas también recurren al SIL para sus investigaciones, como encontrar contactos fiables en las comunidades que estudian u obtener software pertinente para su trabajo de campo. Sin embargo, la misión principal de SIL International sigue siendo traducir la Biblia. Esta tarea puede estar a veces reñida con la preservación de la diversidad lingüística. Difundir la Biblia hace hincapié en la lectura por encima de las tradiciones orales, que son esenciales para algunas comunidades. Y traducir la Biblia a una variedad lingüística concreta de una región podría dotarla de un prestigio extra, en detrimento de otras lenguas.

EL FUTURO DEL CONTEO DE LAS LENGUAS

Por el momento, existen pocas alternativas reales a Ethnologue. Quizá la más conocida sea Glottolog. Esta base de datos en línea es gratuita, gracias al departamento de evolución cultural y lingüística del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania. Pretende ser un “catálogo exhaustivo” y promete que “cualquier variedad sobre la que trabaje un lingüista obtendrá eventualmente su propia entrada”.

“Eventualmente” hace mucho trabajo aquí. Glottolog está dirigido por unos cuantos lingüistas que conservan el sitio por pasión. Esta hazaña es digna de elogio, pero no es la solución más sostenible. Las decisiones de Glottolog sobre qué cuenta como lengua y cómo se relacionan las lenguas entre sí se basan en la “mejor suposición de los editores de Glottolog”. No hay ningún documento público que describa cómo se llegó a cada decisión, pero el sitio reconoce que más de 250 personas “proporcionaron información confirmatoria y/o aclaratoria”.

No está claro qué pasaría si los editores de Glottolog no pudieran continuar este trabajo. Es una preocupación constante, dada la escasez de fondos para este tipo de proyectos.

Dados todos los retos técnicos, conceptuales, éticos y financieros que implica la creación de catálogos de lenguas, no es de extrañar que algunos crean que el empeño es, en última instancia, inútil. En una conferencia de 2013, los lingüistas Stephen Morey y Mark Post afirmaron que los intentos de estandarizar la diversidad lingüística estaban “condenados al fracaso”, dada la naturaleza dinámica de las lenguas: sencillamente, no se comportan como desearíamos.

No estoy totalmente en desacuerdo con el sentimiento expresado aquí. Pero me pregunto cuál sería nuestra comprensión colectiva de la diversidad lingüística sin estos catálogos defectuosos y limitados.

¿Cómo podríamos saber que la población de Nueva Guinea, de más de 12 millones de habitantes, habla más de 800 lenguas, mientras que los 750 millones de habitantes de Europa solo hablan unas 200? ¿De qué otra forma podríamos haber reconstruido la historia cultural de linajes humanos enteros y fragmentos de vocabularios antiguos? ¿Y cómo podemos rastrear y potencialmente invertir la pérdida de lenguas en todo el mundo si no es contando las lenguas, aunque no se comporten como queremos?

Damián Blasi investiga la evolución y diversidad de lenguas y culturas, su relación con la cognición humana y sus consecuencias en el mundo real sobre el bienestar global. Es profesor de ICREA (Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados) en el Centro de Cerebro y Cognición de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, España.

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