¿Qué es la antropología?
¿QUÉ ES LA ANTROPOLOGÍA? La palabra “antropología” significa literalmente “la ciencia de la humanidad”. Muchas disciplinas podrían reclamar el mismo pretencioso título, desde anatomistas a historiadores o psicólogos. Sin embargo, hay algo en el estudio antropológico de “todo lo humano” que diferencia a los antropólogos y, en mi opinión, nos da el derecho primordial a la frase “estudiamos a las personas”.
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Quizá lo más obvio que distingue a los antropólogos de otros estudiosos es la forma en que abordamos nuestra tarea. Las definiciones de antropología tienden a centrarse en los métodos por los que somos famosos: la etnografía, que implica la inmersión en una comunidad concreta; la observación participante, que implica tomar parte en actividades que queremos comprender; y la excavación, el examen centrado en los materiales que los humanos y sus antepasados han dejado tras de sí.
Los antropólogos utilizan estos y otros enfoques para estudiar todos los aspectos de la existencia humana, pasada y presente. Incluimos entre nosotros a los arqueólogos, que estudian a las personas (pero no a los dinosaurios) a partir de las huellas materiales que dejan; a los antropólogos lingüistas, que entienden a los humanos a partir de la forma en que utilizan el lenguaje; y a los antropólogos biológicos y paleoantropólogos, que los entienden a partir de su larga historia y su inmensa variedad física. También incluimos a los antropólogos socioculturales, que documentan los significados que los humanos dan a los distintos mundos que habitan.
Los antropólogos investigamos en laboratorios, granjas, agencias de la ONU, campos de fútbol y mundos virtuales. Cavamos, contamos, entrevistamos y cartografiamos. Hacemos experimentos sobre la producción de cerámica y la locomoción de los primates. Nos unimos a grupos, desde sectas religiosas hasta bandas de música country. Estudiamos movimientos sociales — desde #MeToo hasta la campaña presidencial de Donald Trump—.
En las universidades estadounidenses, estamos alojados en los mismos departamentos; en otros lugares, estamos dispersos por los campus. Muchos más antropólogos escapan a los límites disciplinarios trabajando fuera de la academia en entornos “aplicados” —documentando sitios patrimoniales antes de su destrucción, abogando por políticas de inmigración humanas, mejorando los viajes espaciales o luchando contra un brote de ébola—. Estudiamos muchas cosas humanas diferentes, de maneras asombrosamente distintas.
“Nadie te dice nunca: ‘Esa no es una pregunta antropológica’”, me dijo una vez la antropóloga sociocultural estadounidense Kathleen Stewart.
DADA ESTA VARIEDAD, los límites de la disciplina son difusos: un antropólogo en un país o institución puede ser calificado de historiador o sociólogo en otro. Pero hay otro aspecto importante que nos diferencia de otros campos similares: los antropólogos suelen sacrificar la amplitud por la profundidad.
Esto es válido para los antropólogos socioculturales, que no solo se interesan por la cognición humana o la volición (también conocida como voluntad o deseo), sino por cómo piensan determinadas personas y qué valoran, dadas las circunstancias en las que viven. Lo mismo ocurre con los antropólogos lingüistas, menos preocupados por la gramática que por la forma en que se comunican las personas y cómo el lenguaje determina su lugar en el mundo. Los arqueólogos no solo intentan describir tendencias pasadas, sino también recrear vidas pasadas. Para los antropólogos biológicos, el ser humano no es un organismo modelo como la mosca de la fruta o el ratón. No buscan los principios generales de la evolución; quieren saber cómo los humanos llegamos a ser el tipo de animales que somos.
Por supuesto, hay mucho más que decir sobre nuestra peculiar disciplina: sobre nuestra afición a robar teorías y métodos de otros campos; sobre nuestro pasado, cuando la antropología dio un barniz pseudocientífico al colonialismo y al racismo, y sobre cómo estamos lidiando con este legado; sobre el creciente número de antropólogos indígenas y negros que se unen a nuestras filas.