Persiguiendo los mitos de los “supercorredores” de México
En una meseta a más de 6.000 pies (1.800 metros) de altura, entre los picos de la Sierra Madre del noroeste de México, los corredores Rarámuri, llevando antorchas encendidas bajo un cielo estrellado, corrían sin cesar. Los equipos habían estado participando en este evento rarajípare desde el mediodía y persistirían hasta pasada la medianoche.
Los corredores mantuvieron un ritmo de aproximadamente 10 minutos por milla (1,6 kilómetros), corriendo de un lado a otro en una pista de más de 3 millas (4,8 kilómetros). A su alrededor, la gente los alentaba haciéndoles porras en lengua Rarámuri: “¡Iwériga!” (¡Aliento! ¡Alma!) y “¡Iwérisa!” (¡Aguante!).
En medio de estos corredores con antorchas y vestidos en ropas coloridas, había una figura vestida con una sudadera y pantalones deportivos: el antropólogo y maratonista de Harvard Daniel Lieberman. Como los demás presentes, llevaba unas sencillas sandalias llamadas huaraches.
Lieberman había estado filmando la carrera para estudiar la biomecánica de estos legendarios corredores. Se unió al tumulto después del anochecer, manteniendo su paso hasta el final. Él también alentó con sus gritos y maniobró su antorcha para ayudar al equipo a encontrar su komakali, una pelota de madera del tamaño de una bola de béisbol que patean hacia adelante mientras corren.
De cerca, notó el estado de cuasi-trance de los corredores, lo que les ayudaba a combatir sus evidentes signos de fatiga física. “Para ellos, esto es espiritual”, dice Lieberman, “una forma de oración, un símbolo de cómo funciona el mundo y de dar gracias a su Dios”.
Lieberman también lo sintió.
“¿Cómo no iba a hacerlo?”, dice. “Sentí alegría. Fue una de las mejores carreras de mi vida”.
Esa noche de diciembre de 2013 fue un momento importante en lo que se convertiría en un estudio histórico, publicado en junio de 2020 en Current Anthropology. Con un grupo inusual de coautores, Lieberman investiga por qué las carreras de resistencia sobreviven tan vibrantemente entre esta remota tribu de agricultores indígenas (llamados Rarámuri en su propio idioma o Tarahumara en español).
“Hablar de las carreras tradicionales de la comunidad Rarámuri es importante”, explica Irma Chávez Cruz, miembro de la comunidad, quien también es activista por los derechos indígenas. Comprender las carreras, señala, requiere de experiencia de primera mano, tal como Lieberman buscó: “Tienen que ver y hacer preguntas y conectarse con la gente”.
Una comunidad de unos 80.000 habitantes, los Rarámuri han alcanzado prominencia mundial en los últimos años. Libros y documentales han atraído a atletas y turistas a sus carreras. Algunos corredores Rarámuri ahora se unen a ultramaratones en todo el mundo.
Pero la atención ha coincidido con cambios complejos. Empresas de barritas energéticas y de calzado han sacado ganancias de productos inspirados en estos “supercorredores”. La forma de vida tradicional de los Rarámuri está amenazada por la invasión de la minería, la tala, el cambio climático, el crimen organizado y la llegada de nuevas tecnologías, incluidos los teléfonos celulares. Y los conceptos erróneos se han arremolinado en torno a esta comunidad.
En este contexto, Lieberman y sus colegas documentan cómo las carreras Rarámuri permanecen íntimamente interconectadas con la cultura, religión y vida social de la comunidad. Él y sus colegas examinan científicamente cómo la fisiología de los corredores a veces contribuye—y otras veces no—a su notable resistencia. En el proceso, los autores desacreditan los estereotipos ampliamente creídos y examinan el profundo significado espiritual de las carreras Rarámuri.
Lieberman, un antropólogo biológico que estudia la biomecánica detrás de la habilidad de correr, no se propuso escribir un estudio completo sobre la civilización Rarámuri. Él no es un antropólogo cultural, ni se ve a sí mismo como un “cruzado” con el objetivo de corregir los errores. “Soy un chico de pies”, dice.
Puede ser, pero el profesor de Harvard es un tipo inveteradamente curioso que sigue cualquier camino que lo intriga intelectualmente sin saber cuándo, o si, escribirá sobre él. La serendipia puede jugar un papel.
Durante un año sabático en 2012, Lieberman pensó que se detendría en algunas culturas que tienen arraigada la tradición de correr, como las de India y Kenia. Los famosos corredores Rarámuri estaban en su lista, habiendo llamado su atención a través del bestseller de 2009 Born to Run, del periodista Christopher McDougall.
Para que esa expedición sucediera, Lieberman se puso en contacto con Mickey Mahaffey, un nativo de Carolina del Norte que había vivido entre los Rarámuri durante dos décadas. Él ahora dirige una variedad de programas sin fines de lucro para beneficiarlos, como la construcción de represas y el apoyo a escuelas indígenas.
Lieberman contrató a Mahaffey como su planificador, guía turístico, traductor y factótum. Rápidamente se convirtieron en amigos. Durante tres semanas, viajaron de pueblo en pueblo en una camioneta alquilada, durmieron en los pisos de las familias anfitrionas y compartieron sus tortillas, arroz y frijoles. En el pueblo de Urique, bailaron en un festival callejero que celebraba a La Virgen de Guadalupe. (Los Rarámuri han incorporado algunos rituales cristianos en su propia fe).
Durante sus viajes, cerca del pueblo de Huisuchi, Lieberman conoció a un corredor Rarámuri anciano. El antropólogo, erizado de curiosidad, le preguntó al corredor cómo se entrenaba para sus carreras. El hombre pareció perplejo. Lieberman le explicó su propio régimen de entrenamiento. Finalmente, el corredor preguntó con incredulidad: “¿Por qué iba alguien a correr si no tuviera que hacerlo?”.
Ese “por qué” punzó a Lieberman para ir en busca de una respuesta. De hecho, escribió un libro completo, publicado este año, dedicado a la pregunta: Exercised: Why Something We Never Evolved to Do Is Healthy and Rewarding. (Ejercitado: por qué algo que nunca evolucionamos para hacer es saludable y gratificante).
En relación con los Rarámuri, el por qué es más específico. Tradicionalmente, era para cazar, un equipo de los mejores corredores y rastreadores Rarámuri perseguía a sus presas hasta el agotamiento durante varios días. Pero hace unos 40 años la comunidad adquirió rifles para cazar, lo que hizo que la caza por persistencia fuera casi una cosa del pasado. No obstante, los eventos de carreras, en particular dos carreras, la rarajípare y ariwete, siguen siendo rituales apreciados.
Lieberman quería comprender la persistencia de estas tradiciones.
Para encontrar respuestas, Lieberman regresó dos veces para recolectar datos, en 2013 y 2015. En el camino, participó en rarajípares y reunió a un conjunto de colaboradores de variada trayectoria.
Mahaffey se convirtió en un coautor y comentarista cultural invaluable, al igual que el granjero Rarámuri y ultramaratonista Silvino Cubesare Quimare. El compañero de carrera de Lieberman, el cardiólogo Aaron Baggish, co-director médico de la Maratón de Boston, proporcionó datos fisiológicos invaluables.
Los estudios iniciales de Lieberman examinaron cómo corren los Rarámuri, sus pisadas y los efectos de diferentes tipos de calzado. Descubrió, por ejemplo, que el calzado mínimo, como los huaraches, ayuda a las personas a desarrollar un estilo de correr que se cree que es menos susceptible a las lesiones que los zapatos más estructurados.
Sus observaciones rápidamente disiparon algunos de los mitos más perniciosos que rodean a las carreras Rarámuri. En el curso de su investigación, Lieberman se enfureció al leer más de 100 años de ‘informes de antropólogos’.
Muchos eruditos anteriores habían perpetuado los estereotipos del “atlético salvaje”, la gente “primitiva” de otras razas con habilidades extraordinarias que no sufren dolor, a diferencia de los atletas blancos. (Incluso el trabajo contemporáneo, como el libro de McDougall, repite las afirmaciones de que los corredores Rarámuri son más rápidos que los caballos de carreras o los guepardos, con una “tolerancia sobrehumana al dolor”).
“La creencia de que sus habilidades se derivan de características raciales naturales los deshumaniza”, dice Lieberman, “y les niega el reconocimiento de su talento, motivación y trabajo esforzado”. También señala que la persistencia de una mitología similar de tolerancia al dolor a lo largo de la práctica médica estadounidense actual ha dado como resultado que las personas de color y los pueblos indígenas sean diagnosticados erróneamente y se les nieguen los analgésicos necesarios.
“La creencia de que las habilidades [de los corredores Rarámuri] se derivan de características raciales naturales los deshumaniza”, dice el antropólogo Daniel Lieberman.
Hablando de los Rarámuri en particular, agrega: “La idea de que no sufren dolor es inquietante, poco ética y errónea”. Él observó de primera mano, por ejemplo, cómo la rarajípare de más de 12 horas claramente afectó a los corredores. “Por días tras la carrera, están rígidos y adoloridos”, señala. “A veces se lastiman”.
Y Lieberman sabía lo suficiente sobre la fisiología en torno al correr como para considerar “absurdo” que cualquier humano pudiera correr 65 millas (104 kilómetros) sin cansarse. Por supuesto, no están jadeando al final, dice, como los maratonistas en Boston. A excepción de un sprint ocasional, corren por debajo de su umbral aeróbico. Tan simple como eso.
Baggish, director del Programa de Rendimiento Cardiovascular del Hospital General de Massachusetts, hizo algunos hallazgos complementarios. Medido con un GPS, señala Baggish, el paso de los corredores Rarámuri es “bastante lento, realizado a un ritmo en que es posible mantener una conversación, con un promedio de una milla (1,6 kilómetros) cada 10 minutos”.
Mientras Lieberman estudiaba los pies, Baggish recopilaba datos sobre corazones. Para esta tarea, había traído consigo un generador y equipo para realizar ecocardiogramas, que permiten obtener imágenes ultrasónicas del corazón. Pero antes de hacer un solo examen, notó: ¡Nadie está corriendo! De hecho, aprendió, sería más exacto describir a los Rarámuri como un “pueblo que camina” en lugar de como corredores.
Sus ecocardiogramas destrozaron otras ideas preconcebidas. “Pensé que encontraríamos los corazones más grandes y robustos del mundo”, dice Baggish. “El corazón atlético parece un órgano casi diferente del corazón sedentario en tamaño, forma y función. Los corazones de los Tarahumaras se ven sorprendentemente normales, como el de alguien sano y activo, pero no atlético”. Sin embargo, descubrió que los corazones de las personas que envejecen no se encogen ni se ponen rígidos, como los de los bostonianos típicamente activos que no hacen ejercicio de forma rutinaria.
Las razones de estos notables hallazgos estaban a su alrededor. La vida cotidiana del pueblo Rarámuri es dura. Viviendo a kilómetros de las carreteras y unos de otros, y sin vehículos, los ciudadanos Rarámuri recorren largas distancias para llegar de un lugar a otro. En un día promedio, pueden caminar miles de metros hacia arriba y hacia abajo por senderos montañosos y empinados. Cortan leña, transportan agua, cultivan a mano sin tractores y cargan mercancías pesadas en sus espaldas para llevarlas a los pueblos cercanos.
Más allá de las mediciones fisiológicas, Lieberman y sus colegas estaban fascinados por la resistencia de los corredores Rarámuri. Ya sea corriendo o bailando, los participantes de las carreras a pie pueden permanecer en movimiento durante horas o incluso días, con solo breves descansos. Los bailes yúmari, que a menudo ocurren la noche anterior a una carrera o en otras ocasiones sagradas, pueden durar de 12 a 24 horas.
Durante las rarajípares, los corredores Rarámuri alcanzan un estado de trance, que, según Lieberman, no es lo mismo que un “runners high” (una sensación de bienestar o euforia que resulta del ejercicio físico, especialmente de correr). La diferencia, como él mismo experimentó, es espiritual.
Un elemento espiritual también era esencial para la caza persistente, una práctica recordada por los ancianos. Para comprender la relación de la caza con los rituales de correr dentro de la cultura Rarámuri más amplia, los investigadores comenzaron un proyecto de historia oral con Mahaffey y Cubesare a la vanguardia.
Ambos estaban especialmente preparados para el trabajo. Mahaffey fue una vez un predicador bautista adolescente; en la universidad, estudió griego, hebreo y arameo para la investigación y la enseñanza, lo que le ayudó a traducir libros del Nuevo Testamento. Luego, se alejó de la religión organizada y, a los 30 años, la mala salud lo llevó a cambiar radicalmente su estilo de vida. A los 40, comenzó un viaje inspirado por su comprensión de Jesús como un hombre de sencillez y fe, conectado con la naturaleza y desprovisto de materialismo, y un caminante. Este viaje lo llevó a la comunidad Rarámuri, donde permanece desde entonces.
Mientras tanto, el amigo de Mahaffey, Cubesare, sirvió como intérprete y fuente adicional. Su fluidez bilingüe en español y Rarámuri lo convirtió en un valioso activo para el estudio. Además, Cubesare había participado, cuando era niño, en cacerías. Sus recuerdos y conocimientos culturales podían ayudar al equipo a reconstruir las historias de los mayores, cuyos recuerdos ofrecían pistas sobre la importancia de correr en la comunidad.
Reunieron más de 60 preguntas para obtener detalles de cada anciano que había participado en las cacerías. Poco a poco fue emergiendo una imagen del pasado. Los mejores corredores y rastreadores irían de caza durante dos días o más. Una vez que encontraban huellas de ciervos, perseguían a su presa, ya sea persiguiendo al ciervo hasta el agotamiento o atrapándolo, en un barranco, por ejemplo. Corrían a velocidades moderadas, a veces caminaban y descansaban por la noche.
Antes de una cacería, recordaron los ancianos, los cazadores bailaban yúmari, una práctica que se realiza actualmente antes de la rarajípare y ariwete. Este antiguo ritual ceremonial pide bendiciones al dios Onorúame y ofrece gracias. “No lo verbalizan”, dice Mahaffey. “El acto en sí es una oración por los cultivos y la salud”.
Los ancianos también discutieron el significado simbólico de las carreras a pie. Varios compararon el esfuerzo por guiar la bola impredecible durante la larga carrera con “navegar por el complejo y caótico viaje de la vida”.
La espiritualidad y la oración infunden muchos aspectos de la carrera. Los equipos quieren ganar y celebrar sus victorias, pero no comparten un espíritu intensamente competitivo. Durante el yúmari ante una rarajípare, un chamán o líder exhorta a los corredores a recordar que corren por Onorúame: deben trabajar como compañeros de equipo y no enfadarse entre ellos.
Los gritos de apoyo a los corredores indican la interconexión que los Rarámuri ven entre lo espiritual y lo fisiológico: vida, aliento, alma y fuerza. Los Rarámuri creen que cuando Onorúame los creó a partir de arcilla, les dio el aliento de vida, y sus chamanes a veces soplan sobre los enfermos para curarlos.
Iwériga es “una palabra hermosa”, dice Mickey Mahaffey, “enviar el poder de tu alma a otro”.
Las mujeres juegan un papel especial al compartir la fuerza. Por ejemplo, las mujeres más jóvenes, de 10 a 20 años, a menudo corren el ariwete, más corto (alrededor de 25 millas, unos 40 kilómetros), simultáneamente con el rarajípare. En el ariwete, las corredoras usan palos en forma de gancho para lanzar un aro mientras corren. Luego se unen a la multitud con los hombres. Cuando un corredor está agotado, hasta 20 mujeres pueden rodearlo en el campo, igualando su paso y cantando al unísono: “¡Iwériga!”
“Es una palabra hermosa”, dice Mahaffey, “enviar el poder de tu alma a otro”.
Los hombres Rarámuri hablan del “poder de mujer”. Las mujeres traen comida y pinole, maíz seco molido y mezclado con agua, del que dependen los corredores para obtener energía.
Las carreras también cumplen funciones sociales y económicas. Celebradas de dos a ocho veces al año, reúnen a amigos y familiares de granjas lejanas para socializar, recordar, contar historias y reír. También se realizan apuestas por las carreras, ganando bienes o dinero.
“Económicamente”, dice el antropólogo Jerome Levi, profesor emérito de Carleton College, “estos eventos son formas de redistribuir recursos. … Y hay una dimensión sociopolítica”. Agrega: “Permite a las personas alcanzar un estatus en una sociedad relativamente igualitaria. No puedes ser un líder solo siendo un buen corredor. Pero ayuda”.
Levi está profundamente informado sobre los Rarámuri desde su propio tiempo con ellos en la década de 1980. Dice que llamar este nuevo trabajo “una bienvenida contribución” es, de hecho, un “eufemismo”. Lo aplaude por ubicar a los Rarámuri en su contexto religioso, cultural e histórico.
Las tradiciones en torno al correr de los Rarámuri también pueden entenderse como un ejemplo entre muchos de la importancia de las tradiciones de carrera en las culturas Nativas Americanas. Dustin Quinn Martin, el director ejecutivo de Wings of America, una iniciativa en marcha para los jóvenes nativos, y miembro de la Nación Navajo, defiende ese caso.
“Sé que hay pueblos tribales en todo el continente que, tengan o no un vehículo 4×4 disponible, todavía hacen un esfuerzo consciente para salir y moverse por la tierra como una forma de conectarse con su paisaje y su espiritualidad”, dice Martin.
De hecho, los temas de naturaleza, tradición y espiritualidad surgen cuando la activista Chávez reflexiona sobre la importancia de correr. Entre los beneficios de las carreras, dice, está “nos permite estar en armonía con la naturaleza”. También señala el papel de las carreras en la conexión de la comunidad y el apoyo a la salud.
Para Chávez, la nueva investigación ofrece una oportunidad para ayudar a las personas fuera de su comunidad a comprender mejor las carreras Rarámuri y documentar prácticas de larga data. “Son juegos tradicionales que practicamos desde hace muchos años, que nos dejaron nuestros abuelos y nuestros antepasados”, reflexiona, “para seguir corriendo por la tierra”.