Desenredando la raza del cabello
En una clase de antropología biológica de pregrado en 2011, Tina Lasisi escuchó una lección sobre los tonos de piel humana que cambiaría el curso de su carrera. El profesor mostró mapas que comparaban las distribuciones de la radiación ultravioleta y los grados de pigmentación de la piel en todo el mundo. Ambos se superpusieron casi a la perfección.
“Ese fue en gran medida un momento de ‘¡eureka!’ para mí”, dice Lasisi, ahora investigadora posdoctoral en antropología biológica en la Universidad Estatal de Pensilvania.
Hasta entonces, Lasisi nunca había pensado en la pigmentación de la piel como una gradiente, o cómo llegó a distribuirse, biológica y evolutivamente, en todo el mundo. Ver la pigmentación explicada como un espectro de variación que satisfacía las necesidades de supervivencia —protección contra los dañinos rayos UV— fue revelador para Lasisi. Presentó una narrativa evolutiva para explicar la diversidad de la piel más allá de las líneas raciales fáciles y arbitrarias.
“Y estoy pensando, Ok, genial, eso explica el color de la piel y por qué soy morena”, recuerda Lasisi. “Pero, ¿qué pasa con el cabello?”
Como una mujer negra, Lasisi vio inmediatamente los paralelismos entre la piel y el cabello. Ambos son rasgos físicos altamente racializados que con frecuencia son estigmatizados, especialmente en las sociedades occidentales con poblaciones mayoritariamente blancas, donde la cultura todavía está ponderada por estándares de belleza eurocéntricos. Las mujeres negras a menudo se sienten presionadas a alterar su cabello, especialmente en entornos e instituciones que pueden considerar que su apariencia es “inapropiada” o “poco profesional”, como escuelas y lugares de trabajo. Ese estigma está incluso presente en el lenguaje que la gente usa para hablar de estos rasgos: oscuro y claro tienen connotaciones de valor, y el cabello negro a menudo se describe con adjetivos degradantes como “rizado”, “crespo” o “lanudo”.
Después de esa clase reveladora, Lasisi acudió a su profesor, a los investigadores postdoctorales, a cualquier persona que pudiera encontrar, para preguntar sobre la evolución de la diversidad del cabello y por qué el cabello humano se ve y tiene texturas que se sienten de la manera en que lo hacen. Nadie tenía una respuesta. Un posdoctorado la tomó bajo su ala y sugirió: “Tal vez esta debería ser tu tesis de pregrado”.
Esto llevó a Lasisi a un viaje de investigación que ha durado más de una década —una búsqueda para encontrar una métrica medible y empírica para describir la narrativa evolutiva del cabello—.
“Casi se sentía como una responsabilidad”, dice.
Muchos adjetivos que describen el cabello muy rizado son despectivos y nada nuevos. Se han utilizado durante al menos los últimos dos siglos, junto con otras medidas, para justificar las jerarquías raciales y la supremacía blanca. En el siglo XIX, el naturalista Ernst Haeckel ideó una categoría taxonómica de humanos de “pelo lanoso” que incluía a los papúes de “pelo tupido” y a los africanos de “pelo lanudo”. En la era del apartheid en Sudáfrica, las autoridades desarrollaron una prueba de lápiz para determinar la raza de una persona. Colocaban un lápiz en el cabello de una persona, y, si permanecía en su lugar debido a sus rizos apretados, se clasificaban como “nativa” (negra) o “de color” en sus documentos de identidad y se segregaban en consecuencia.
Hoy en día, se reconoce que el concepto de raza no tiene ninguna base biológica, sino que es completamente una construcción cultural —una que ha llevado al genocidio, masacres, explotación severa y otros abusos contra los derechos humanos—. Por lo tanto, en los últimos 20 años, los científicos y el público se han desplazado hacia un lenguaje sobre el tono de la piel y la raza más emocionalmente neutral y basado en la evidencia.
Si bien los melanocitos, las células que crean la melanina, se descubrieron en el siglo XIX, no fue hasta principios del siglo XXI que “melanina” y “melanado” (“melanin” y “melanated” en inglés) se abrieron paso ampliamente en el uso coloquial y no científico. Las palabras se ingresaron en el Urban Dictionary del idioma inglés en 2005 y 2016, respectivamente.
“La gente rara vez aprecia lo increíble que es que eso se haya convertido en parte de nuestro vocabulario común”, dice Lasisi. Hablar sobre el tono de la piel en términos de melanización es poderoso, dice, porque es una cualidad observable y medible que se basa en la evidencia.
Para los científicos, agrega, un índice de melanina es una métrica más precisa que puede aumentar el poder estadístico en los análisis. Las categorías raciales radicales son homogeneizadoras, un problema especialmente cuando se considera que la raza en sí misma no tiene parámetros claros. Pero tener grados de melanina —una escala con respaldo empírico y numérico— revela una variación oculta y se acerca a la verdad.
Después de todo, la raza es una invención social, y cada categoría racial, las líneas que las diferencian y la variación de rasgos que pueden poseer los individuos dentro de una raza están vagamente definidas. Además, varían según el lugar donde vivas. Lo que la gente quiere decir cuando dice “negro” o “blanco” puede abarcar un amplio espectro de tonos de piel. Pero esas definiciones han sido talladas por eruditos predominantemente blancos que presentaron a su propia raza con una gran cantidad de matices que no necesariamente le dieron a las demás.
Conocer la ventaja evolutiva de la melanina hace que la pigmentación de la piel sea algo para celebrar en lugar de denigrar. “Viene emparejado con el conocimiento de que este era un rasgo por el que se seleccionó y que nuestros antepasados necesitaban para, ya sabes, sobrevivir”, dice Lasisi. “Eso es un motivo de orgullo. Pero no hay un equivalente para el cabello”.
En su búsqueda de las raíces de la variación del cabello, Lasisi estudió detenidamente la literatura y descubrió que solo hay unos pocos artículos en las últimas seis décadas que analizan cuantitativamente la diversidad del cabello. La poca investigación que existe tiende a observar las tasas de crecimiento o las secciones transversales del cabello, y se enfoca principalmente en los europeos.
Una de las razones de la escasez de estudios es que los antropólogos evitan investigar el color de la piel y el cabello, explica la antropóloga biológica Nina Jablonski —una de las más relevantes investigadoras en el campo de la diversidad de la pigmentación de la piel y una de las académicas que ha investigado esos mapas de rayos UV y tonos de piel—.
Así como la piel melanizada protege contra los rayos UV, los cabellos muy rizados también protegen a los humanos del sol.
Así como la piel melanizada protege contra los rayos UV, los cabellos muy rizados también protegen a los humanos del sol.
“La gente desconfía mucho de estudiar y hablar sobre estos rasgos porque se han utilizado para clasificar a las personas en categorías que anteriormente eran muy rígidas y jerárquicas”, dice Jablonski, quien se ha desempeñado como asesora de doctorado de Lasisi y ahora es su asesora posdoctoral en la Universidad Estatal de Pensilvania.
La antropología tiene una historia compleja en la que la disciplina y algunos de sus famosos defensores ayudaron a crear y difundir ideologías racistas basadas en la pseudociencia. Después de la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del movimiento de derechos civiles, el campo quería deshacerse de esa reputación. Pero en lugar de reestructurar activamente la disciplina, dice Jablonski, muchos investigadores prefirieron (y aún prefieren) no atravesar lo que ven como un campo académico minado. Algunos ven la piel y el cabello como temas estéticos y, por lo tanto, superficiales. El cabello, especialmente, es visto a menudo por los investigadores como puramente decorativo u ornamental.
Pero nuestra piel y cabello son nuestra forma de interactuar con el mundo, dice Jablonski. Son las partes físicas de nuestros cuerpos que interactúan con nuestro entorno y entre sí. Alinean el límite entre el yo y el no-yo. Son nuestros rasgos más inmediatamente visibles y, por lo tanto, entre las primeras cosas por las que los humanos se juzgan unos a otros.
Al incluir la piel y el cabello en los análisis de la evolución humana, dice Jablonski, los antropólogos pueden pensar en los humanos primitivos como personas completas con “cuerpos completos que se mueven a través del tiempo y el espacio… en lugar de estos esqueletos en movimiento”.
“No pensar en estas cosas, simplemente descartarlas como superficiales”, dice Jablonski, “es terriblemente poco científico y realmente lamentable”.
Cuando Lasisi comenzó su investigación, esencialmente estaba entrando en un vacío; la ciencia no tenía un marco o lenguaje adecuado para describir la variación del cabello que se mantuviera al margen de la historia racista. Sabía intuitivamente que la cualidad de cabello más obvia, racializada y cuantificable es la curvatura o cualidad lacia del cabello. Pero cuando buscaba metodologías para medir esa variable, ella encontró estudios de cosmetología que evaluaban cosas como “encrespamiento” o “peinabilidad” —ambas métricas con un claro sesgo incorporado—. Pocas personas quieren describir su cabello como “encrespado” o “inpeinable”.
Los estilistas a menudo definen el cabello utilizando el Sistema de Categorización de Cabello de Andre Walker (creado por el estilista de Oprah Winfrey), que designa los tipos de cabello con un número y una letra. Los números del 1 al 4 representan lacio, ondulado, rizado y crespo, respectivamente; cada uno se subdivide en letras que describen diferentes texturas, como fina y gruesa. Pero este sistema es impreciso porque se basa en la percepción.
Uno de los pocos artículos valiosos que encontró Lasisi es un estudio de 1973 en el American Journal of Physical Anthropology. En él, Daniel Hrdy, de la Universidad de Harvard, describió vagamente una metodología para cuantificar la forma de un rizo del cabello, que aplicó a siete grupos de personas en todo el mundo. Por imperfecto que fuera, era el punto de partida que buscaba Lasisi. Ella se basó en su investigación, perfeccionó una metodología para ajustar las fibras capilares a un círculo para determinar la curvatura y publicó sus resultados en el American Journal of Biological Anthropology y Scientific Reports de Nature.
Jablonski dice que el trabajo de Lasisi sugiere cómo, así como la piel melanizada protege contra los rayos UV, los cabellos muy rizados también protegen a los humanos del sol. Los rizos apretados crean estructuras de ventilación aireadas y elevadas para la cabeza, lo que le permite respirar y brinda protección adicional contra la radiación solar. Eso era importante para nuestros antepasados humanos recién convertidos en bípedos, dice, y no se puede hacer eso con cabello aplanado.
Comprender cuantitativamente cómo la evolución impulsó la diversidad del cabello brinda a las personas una perspectiva para ver el propósito y el poder de su apariencia, dice Lasisi. Además, agrega, describir el cabello con una métrica numérica empírica revela la diversidad entre las personas negras —la prueba está literalmente en los números—. Esto refuta a quienes verían a los negros como un grupo homogéneo y retratarían erróneamente a las poblaciones europeas como más variables que otras.
Pero algunas personas se preguntan hasta dónde pueden llegar la nueva terminología y las métricas para desenredar el cabello de su historia racializada. Después de todo, las narrativas culturales imbuyen a las personas con sesgos implícitos, lo que las lleva a hacer suposiciones inmediatas sobre la raza y el carácter —consciente o inconscientemente—.
“Una vez que las personas entienden el grado en que una persona es oscura, realmente no importa de qué raza es una persona”, dice Yesmar Oyarzun, candidato a doctorado en antropología de la Universidad de Rice que estudia cómo los dermatólogos aprenden a percibir la enfermedad de la piel en el contexto de la raza y la diversidad. En otras palabras, si el contexto de su entorno es anti-negritud, entonces no importa cómo etiquete los diferentes tonos de piel negra o el cabello rizado, porque ese racismo sigue ahí.
Sin embargo, Oyarzun dice que espera que el trabajo de Lasisi inspire a otros investigadores a centrarse en las afecciones de la piel y el cabello que afectan con mayor frecuencia a las personas de color. El color del cabello y la piel todavía se usan a menudo como indicadores de la raza. Y la raza, a su vez, se usa a menudo para hacer suposiciones sobre la salud y los factores de riesgo. Ignorar la ciencia y la diversidad de la piel y el cabello deja espacio para que persistan esos sesgos y posibles disparidades de salud.
“Cuando no te importan los problemas de las personas de piel oscura, tampoco te importa el cabello de las personas negras”, dice Oyarzun. La pérdida de cabello, en particular, es una de las principales razones por las que las mujeres negras acuden a los dermatólogos, agrega, y cuando se trata de disparidades entre mujeres blancas y negras, “la conversación sobre la morfología del cabello en realidad está dolorosamente ausente”. Oyarzun dice que el trabajo de Lasisi podría abrir la caja negra de la pérdida del cabello de las personas negras.
Lasisi siempre está desconcertada de que este campo se haya dejado abierto y vacío durante tanto tiempo, especialmente cuando ve tantas preguntas de investigación multidisciplinarias por abordar. Por ejemplo, su trabajo podría usarse para estudios de asociación de todo el genoma para investigar temas como cómo la curvatura del cabello se correlaciona con los genes relacionados con la caída del cabello, o cómo los genes que influyen en la curvatura impactan en otras métricas de salud. Esta línea de investigación también podría ayudar a los científicos de biomateriales a comprender la biofísica del cabello, lo que podría conducir a nuevos materiales sintéticos, o incluso ayudar a los animadores a representar de manera realista la diversidad del cabello.
Ser capaz de generar conocimiento, agrega Lasisi, es una posición de poder, y espera empoderar a otros investigadores de todo tipo de campos para que se unan a ella en este trabajo. “Tengo todas estas ideas, pero es mucho más de lo que podría hacer por mi cuenta”, dice. “Y no me gustaría hacerlo sola”.