¿Necesitan los niños alimentos especiales?
En países como Estados Unidos y Canadá, el término “comida para niños” evoca imágenes de leche, cereales azucarados, tubos de yogur y trocitos de pollo. Los anunciantes, los restaurantes y los medios de comunicación promocionan estos productos como comida para niños, cómoda, agradable al paladar, divertida y supuestamente “más sana” que la de los adultos.
La justificación para alimentar a los niños con estos alimentos es su necesidad de nutrientes adicionales y porque, en algunas culturas, se piensa que los niños son “quisquillosos para comer”. Pero, ¿cuánto de esto tiene su origen en la realidad biológica y cuánto es producto de las nociones culturales?
En mi nuevo libro, Small Bites: Biocultural Dimensions of Children’s Food and Nutrition,
(Pequeños bocados: dimensiones bioculturales de la alimentación y la nutrición de los niños), exploro la dieta de los niños a través de una lente evolutiva y de la investigación antropológica en varios países. Examino las diferencias entre las necesidades biológicas y las construcciones sociales, derribando los mitos sobre la alimentación de los niños. Demuestro cómo la categoría de la comida para niños es una invención de la industria alimentaria moderna que comenzó en EE.UU. y ahora está extendida por todo el mundo. Además, describo prácticas transculturales que pueden ofrecer modelos más nutritivos, agradables y equitativos para la alimentación de los niños.
¿NECESITAN LOS NIÑOS DIETAS ESPECIALES?
Poco después de que se descubrieran las vitaminas en la década de 1910, la gente se dejó llevar por la “vitamanía”. Los productores de alimentos y medicamentos, los profesionales de la medicina y algunos medios de comunicación convencieron a muchos padres de que sus hijos no recibían suficientes vitaminas con su dieta habitual, por lo que debían darles suplementos como el aceite de hígado de bacalao y las tortas de levadura.
Hoy en día, el miedo a que los niños no reciban los nutrientes adecuados está encapsulado en nuevos productos ultraprocesados. Aparece la “leche para niños pequeños” o “leche de crecimiento”. Este producto en polvo está diseñado para niños de 1 a 3 años y se comercializa para promover el crecimiento saludable del cerebro porque contiene DHA (ácido docosahexaenoico, un tipo de grasa omega-3). En Estados Unidos, entre 2006 y 2015, el gasto en publicidad de la leche para niños pequeños se multiplicó por cuatro, mientras que las ventas se multiplicaron por 2,6.
Pero, paradójicamente, la leche para niños pequeños puede hacer más daño que bien. Menoscaba la lactancia materna hasta los dos años (una práctica recomendada por la Organización Mundial de la Salud), es cara y contiene azúcar añadido, lo que posiblemente distrae a los niños pequeños de la ingesta de alimentos nutritivos. Además, no hay pruebas de que las leches para niños pequeños sean más nutritivas que la leche normal u otros alimentos saludables.
Desde la concepción hasta la adolescencia, los niños necesitan alimentos de alta calidad para mantener su bienestar nutricional. Durante el primer año de vida, los bebés triplican su peso y aumentan su longitud en más de un 50%. El siguiente periodo de mayor velocidad de crecimiento se produce durante la adolescencia. El cerebro crece aún más rápido, y entre los 7 y los 11 años, el cerebro casi ha completado su crecimiento volumétrico.
El crecimiento rápido requiere combustible (energía) de proteínas, carbohidratos y grasas, así como vitaminas y minerales. El calcio, por ejemplo, se necesita en abundancia (en relación con el peso corporal) durante la infancia y la adolescencia. Por eso es que la leche, que es rica en calcio junto con muchos otros nutrientes, se promueve para los niños, aunque no es la única forma de obtener calcio para un crecimiento óptimo.
Así pues, aunque los niños tienen necesidades nutricionales especiales que cambian con cada etapa del desarrollo, no necesitan alimentos especiales. De hecho, esos alimentos pueden perjudicar a los niños. Pero, aunque los niños no necesiten nutricionalmente su propio menú, ¿quieren de forma natural solo ciertos alimentos como los fideos con mantequilla y los palitos de queso?
¿SER UN COMEDOR QUISQUILLOSO ES ALGO BIOLÓGICO O CULTURAL?
De los 6 a los 12 meses, cuando los niños dependen completamente de sus cuidadores, no discriminan mucho en su alimentación. Sin embargo, de los 13 meses a los 6 años, se vuelven bastante exigentes. El miedo a los nuevos alimentos (o neofobia alimentaria) puede ser un mecanismo de supervivencia incorporado mientras descubren lo que es comestible y lo que no.
El ser quisquilloso con la comida es distinto de la neofobia a la comida. El comportamiento de los comedores quisquillosos incluye el rechazo de los alimentos nuevos, pero va más allá y llega al rechazo de grandes categorías de alimentos, incluso de los conocidos en diferentes momentos, basándose en características como el color o la textura. Los comedores quisquillosos suelen comer cantidades y tipos de alimentos inadecuados. Este comportamiento puede continuar en la adolescencia e incluso en la edad adulta. Sostengo que, aunque la neofobia en la primera infancia es universal, el ser quisquilloso con la comida se construye culturalmente.
Si bien no hay estudios que comparen la prevalencia de niños quisquillosos con la comida en la infancia en todo el mundo, hay algunas pruebas que demuestran que el ser quisquilloso con la comida puede ser un “síndrome cultural” específico de las normas culturales estadounidenses, aunque ciertamente no se limita a los Estados Unidos.
En China, por ejemplo, el ser quisquilloso al comer es un fenómeno reciente y variable. Tradicionalmente, los niños comían lo que comían sus padres. El término para designar la comida de los niños en China, ertong shipin, no apareció en el diccionario hasta 1979, y no fue hasta el aumento de la riqueza de la década de los años ochenta cuando la comida de los niños pasó a formar parte de la cultura popular china. Aun así, los padres chinos informan de que el comportamiento quisquilloso con la comida es más común en las zonas urbanas y suburbanas que en los lugares rurales.
En Nepal, investigué la alimentación de los niños entre las familias de la ciudad de Katmandú y las que viven en un pueblo rural del Himalaya. Recogí datos de los padres sobre la dieta de sus hijos menores de 5 años y descubrí que los niños comían mayoritariamente lo mismo que los miembros mayores de la familia. Pero en Katmandú, a diferencia de las aldeas rurales, los niños se alimentaban regularmente con productos comerciales como Cerelac (cereal instantáneo) de Nestlé y galletas dulces envasadas.
Un lugar en el que no se aprueba el ser quisquilloso con la comida es Francia. En Francia se espera que los niños prueben nuevos alimentos. Comen principalmente lo que comen los adultos y, en general, también les gusta.
Estudié los programas de almuerzos de las escuelas primarias de París, entrevistando a los administradores de las escuelas, a los nutricionistas y a los padres, además de probar los almuerzos en una selección de escuelas. En Francia, los niños tienen un horario de comidas muy estructurado: desayuno, almuerzo, goûter (merienda de la tarde) y cena. Esta estructura también se refleja en las comidas escolares, en las que todos los niños consumen el mismo almuerzo, que consiste en una entrada (normalmente una verdura), un plato principal —carne/pescado y verduras, o un plato vegetariano— seguido de queso/yogur/fruta y acompañado de pan y agua. Las comidas están subvencionadas y adaptadas a los ingresos, y los menús indican qué alimentos son orgánicos y/o se obtienen localmente.
Francia se toma muy en serio la enseñanza de la cultura alimentaria a los niños. Cada otoño, el país celebra la Semaine du Goût, durante la cual los escolares pasan una semana visitando a artesanos de la alimentación y cocinando y probando diferentes alimentos de las regiones locales para aprender a apreciar la cocina francesa.
Si los estudios demuestran que los niños no son biológicamente exigentes con la comida y que no necesitan comidas especiales para su bienestar nutricional, ¿por qué está tan extendida la idea de que los niños necesitan su propia categoría de alimentos?
EL SISTEMA ALIMENTARIO INDUSTRIAL Y LOS HÁBITOS ALIMENTICIOS DE LOS NIÑOS
Antes de la industrialización de los alimentos, la comida para niños no existía como una categoría distinta, aparte de los alimentos de destete como el puré de zanahorias. La industrialización de los alimentos comenzó alrededor de 1870 en Estados Unidos y se intensificó después de 1945.
Se inició cuando las empresas comenzaron a patentar un proceso de molienda que producía una harina más blanca, más duradera y menos nutritiva. Posteriormente, empresas como Coca-Cola y Kellogg’s empezaron a poner marcas a los alimentos. Los alimentos integrales se simplificaron y se volvieron más procesados mediante la adición de sal, azúcar, grasa y aditivos químicos para prolongar su vida útil y así aumentar las ganancias.
A medida que las familias se hacían más pequeñas y la atención a los niños se intensificaba en el siglo XX, durante el “siglo del niño”, los niños se volvieron lucrativos para la industria alimentaria. Esto se debe a que los niños mayores tenían su propio dinero para gastar en comida, y los niños de distintas edades empezaron a influir cada vez más en las compras de sus padres. Como resultado de estos y otros factores, los niños y adolescentes de Estados Unidos obtienen ahora el 67% de sus calorías de alimentos ultraprocesados como la pizza congelada, el pan industrial y los dulces.
Uno de los ingredientes más comunes —y perjudiciales— de los alimentos para niños es el azúcar. Las evidencias epidemiológicas relacionan el consumo elevado de azúcar con numerosos problemas de salud, como las enfermedades cardíacas, la obesidad y la diabetes.
Cada vez se reconoce más que la publicidad dirigida a los niños contribuye a la desnutrición infantil.
Los niños son especialmente vulnerables al sistema alimentario industrial saturado de azúcar debido a su afición por los sabores dulces. Los estudios sobre bebés indican que siempre responden más positivamente a los alimentos dulces, y los niños tienen una mayor preferencia por los sabores dulces que se mantiene elevada durante la infancia y disminuye durante la mitad de la adolescencia hasta la edad adulta.
Es probable que exista una ventaja evolutiva en la preferencia por los sabores que señalan los alimentos no tóxicos, como las frutas, especialmente en una etapa de la vida en la que se prueban muchos alimentos por primera vez. Además, los alimentos más dulces tienen un alto contenido energético, por lo que es posible que los seres humanos hayan evolucionado hacia el deseo de comer cosas dulces que se corresponden con las mayores necesidades energéticas durante el crecimiento y el desarrollo.
Aunque el mayor deseo de dulce durante la infancia puede estar motivado biológicamente, las personas no están programadas para consumir azúcar en las cantidades que suelen hacerlo hoy en día. Antes de su producción masiva a partir del siglo XIX, el azúcar no estaba disponible ni era asequible para la mayoría de las personas. Desde el desarrollo del sirope de maíz de alta fructosa, los edulcorantes son más baratos y están más presentes que nunca.
Dos alimentos ultraprocesados y a menudo azucarados que se han convertido en comida sine qua non para los niños son los cereales del desayuno y la comida para merendar. Los niños pueden preparar y comer ambos de forma relativamente independiente, ya que ninguno de ellos requiere ser cocinado. Además, los niños pequeños pueden empaquetar y abrir fácilmente snacks como los tubos de yogur, los rollitos de fruta y las barritas de cereales, lo que los convierte en comidas prácticas para llevar.
Las empresas comercializan los cereales y los snacks para los niños utilizando personajes de dibujos animados, de la televisión o de las películas, una forma de “eatertainment” (entretenimiento al comer) que puede ayudar a los padres que tienen dificultades para conciliar el trabajo y el hogar a preparar alimentos cómodos para sus hijos más exigentes. Además, los anunciantes dotan a estos cereales y meriendas de “halos de salud” porque están hechos con ingredientes como lácteos, fruta o granos integrales, o están fortificados con vitaminas y minerales.
A pesar de estas afirmaciones, los estudios han demostrado consistentemente que las dietas ricas en alimentos ultraprocesados contribuyen a la obesidad y a los factores de riesgo cardiometabólico en los niños, además de aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares y cánceres en los adultos.
Cada vez se reconoce más que la publicidad dirigida a los niños contribuye a la malnutrición infantil. Por ello, Suecia y Quebec han prohibido toda la publicidad dirigida a los niños, mientras que el Reino Unido ha eliminado la publicidad de alimentos poco saludables en Internet y antes de las 9 p. m. en la televisión. Pero en el resto de Canadá y en Estados Unidos, el control de la publicidad de alimentos para niños es voluntario y solo está sujeto a directrices.
MODELOS DE ALIMENTACIÓN INFANTIL EN DIFERENTES CULTURAS
Muchos países dan prioridad a la alimentación de los niños de forma que no solo se atiendan sus necesidades nutricionales, sino que también se tenga en cuenta la equidad alimentaria. Esto se suele conseguir a través de los programas de comidas escolares. Se calcula que 388 millones de niños de países de ingresos bajos, medios y altos de todo el mundo reciben comidas escolares.
Estos programas son primordiales para muchas familias de bajos ingresos y trabajadoras que dependen de las comidas para reducir el trabajo doméstico, sobre todo para las mujeres, y subvencionar los costos de los alimentos. La necesidad de estos programas se ha puesto de manifiesto durante la pandemia de la COVID-19, cuando muchas escuelas cerraron y el bienestar nutricional de los niños se resintió enormemente. Sin embargo, la calidad de estos programas varía mucho, y algunos han sido criticados por sus déficits nutricionales y por estigmatizar a los niños que reciben comidas subvencionadas o que no pueden pagar su comida.
Los programas de comidas escolares ejemplares —como los de Brasil, Colombia, Finlandia, Francia, Italia y Japón— proporcionan almuerzos asequibles para los niños que no solo ofrecen experiencias gastronómicas placenteras y nutritivas, sino que también enseñan a los niños la cultura gastronómica nacional y apoyan la agricultura local.
En Brasil, por ejemplo, las comidas escolares son financiadas en su totalidad por el gobierno, los menús son elaborados por nutricionistas y las escuelas deben comprar al menos el 30% de sus productos en granjas de pequeña escala, preferiblemente locales. En Finlandia, todos los niños que asisten a la educación preescolar y secundaria (entre los 6 y los 18 años) tienen derecho a recibir comidas escolares gratuitas.
Como demuestran estos programas y numerosos estudios, la alimentación de los niños no tiene por qué ser especial o diferente de la de los adultos. Pero debe priorizarse con especial cuidado para alimentar de forma sostenible y saludable a los niños y a las futuras generaciones.